Debo hacer una
confesión que me tortura, ahora que nadie me oye: se que soy la culpable de que
las compañías aéreas hayan reducido a un bolso y a un ordenador el equipaje de
mano. Hoy en día incluso algunas cobran cantidades desorbitadas por llevar las ensaimadas
en cabina. Después de lo que os cuente habrá gente que se cambiará de acera por
la calle cuando me vea, otros me retirarán el saludo, me negarán… pero la culpa
de todo la tienen mi madre y mi nacionalidad. Si ella no me hubiera entrenado a
llevar cualquier cosa cada vez que cogía un transporte público y si en mi niñez
no hubiera visto a Alfredo Landa traer desde el pueblo en la cesta de mimbre a
sus gallinas y demás productos típicos de su pueblo, jamás habría pasado lo que
a continuación os voy a relatar.
Menos a seres vivos tipo “ternero abandonado”, que a
ese ya lo metí en un AX con la ayuda de una buena amiga para salvarlo de las
fauces de su depredador, he llevado de todo en los aviones y demás transportes.
Mi única intención era sentir y hacer sentir a los míos a la patria más cercana
durante nuestras estancias en territorios extranjeros. Generalmente he llevado
productos de lo más clásicos: chorizo, jamón serrano, aceite, turrón, anchoas… La vez que tuvimos que
enviar el coche familiar en un camión, lo cargué con una compra hecha en el
Corte Inglés. Compré hasta “gusanitos” porque en Holanda no sabían igual…y unos
30 litros de caldo porque allí no había en tetrabrick: ocupaban bastante menos
que los jamones que me debería haber llevado para hacer tanto caldo de cocido.
La cuestión no es lo
que exporté, sino lo que traje de vuelta. En mi casa me toman el pelo porque en
la última mudanza incluí 25 kg de harina integral de fuerza. Era muy buena y no
me arrepiento ya que en España no la he encontrado todavía. Pero quizás lo que
más ha llamado la atención a mi familia es lo siguiente:
Era mi primera
mudanza. Mi marido terminó sus estudios de postgrado y nos disponíamos a volver
a casa. En mi defensa debo decir que existieron varios atenuantes, entre ellos
un embarazo que me traía loca, aunque esto no sirve de excusa: sin embarazo
habría hecho lo mismo. Otro atenuante es el valor que cada uno de a las cosas.
Cuando se es estudiante sin coche, todo lo que se compra lo debe llevar a casa
en autobús/tranvía, por lo que las cosas que se encontraban en el Campus tenían
un valor añadido. Vamos, como quien quiere carne argentina, que debe pagarla
más cara por la dificultad del transporte.
Comentamos en el
Campus que nos marchábamos para que las aves de rapiña ávidas de nuestros
bienes vinieran a revolotear. La carnaza era, a saber: un televisor, un cubo de
basura muy grande y… la fregona con su mocho y su cubo. Miraron, husmearon y
nos hicieron una oferta: 30 € por la televisión. Ante lo cual le dije a mi
marido:
“¡Y una porra con patatas!, ¡con lo que nos
ha costado traer todo esto desde el centro de la ciudad hasta aquí!. Cariño,
esto lo incluimos en el metro cúbico que nos vamos a llevar de vuelta”.
Para vuestra
tranquilidad, el cubo de basura se lo dejamos a unos vecinos amigos que no
tenían.
Se llevaron nuestras
pertenencias y cerramos la casa para dirigirnos al avión. Justo entonces la vi
a ella, sola en la esquinita que se quedaba porque no nos habíamos percatado de
que no estaba incluida en nuestro “metrito cubico”. Entonces dije a mi marido:
“cariño, no podemos dejarla en este paraje
tan inhóspito, ¿tu la ves?, tan bonita, tan limpia y con sus ruedecitas tan
cómodas para moverla de un lado a otro por la casa… nos la tenemos que llevar
con nosotros”.
La cara de mi marido
y de nuestros amigos, esos que se habían quedado con el cubo de basura gigante,
fue un poema cuando me vieron subir al coche de alquiler con la fregona en
mano. Se miraban ojipláticos mientras
mi marido achacaba mi pasión por la fregona al embarazo. Pero no era eso: es
que en casa no tenía fregona y esa funcionaba estupendamente. No estaba
dispuesta a gastarme 10€ de la época si podía embarcarla en el avión con
nosotros hasta nuestro destino.
De este modo
llegamos a la zona de facturación: 4 maletas, 2 bolsa de mano, 1 ordenador, 1
guitarra… y la fregona. Diligentemente y con la idea de no perder a MI fregona,
me dispuse a rellenar los datos de nuestro domicilio en una etiqueta de Iberia
que enganché en el cubo. La azafata me miraba con cara de sorpresa. Mi
inteligencia sobrenatural me hizo leerle el pensamiento: ¿cómo íbamos a
conseguir, con tanto traqueteo, que no se separara el palo, con su mocho, del
cubo?, ¿cómo haríamos para que los brutos que lanzas las maletas no rompieran a
mi pobre fregona?. Aconsejados por la azafata, tomamos una decisión: la fregona
debía ir como equipaje de mano.
Al dejar el coche de
alquiler pedimos una bolsa para llevarlo todo bien atadito. Nos dieron una
bolsa negra, de esta de basura, donde cabía perfectamente el cubo pero
sobresalía el palo. No pasaba nada: en los rayos X del control verían que
dentro estaba el cubo vacío, sin sustancias prohibidas. Tuvimos que salir a
toda velocidad porque nos llamaban por megafonía, ¡casi cierran el vuelo,
dejándonos a los 5 en tierra! (marido, guitarra, fregona, yo y “mi tripa”, que
al leer el texto se ha ofendido por no haberlo nombrado aquí).
Cuando entramos al
avión estaba ya todo el mundo sentado. Éste empezó a moverse pese a que todavía
no habíamos conseguido ubicar nuestros bienes. Pensé que podría poner la
fregona debajo de los pies o buscar un hueco en los cajetines de arriba… hasta
que escuché la conversación entre la azafata y mi marido:
Azafata: “Señor, si quiere me puede dar su guitarra
para meterla en el armario de los abrigos de Business”
¡El armario de los
abrigos de Business!, ¿cómo no se me había ocurrido antes?, quizás la falta de
costumbre de volar en esa categoría superior hizo que no contara con ese
preciado compartimento del avión. Desde turista, que es dónde teníamos nuestros
asientos, salí rauda y veloz con mi fregona para dársela a la azafata,
diciéndole:
“Esto también podría meterlo ahí porque debe caber
fenomenal”.
La azafata me
contestó condescendiente y ojiplática
(¿Qué castañas le pasaba a todo el mundo en los ojos ese día para tener que
mirarme tan fijamente?):
“lo siento, señora, no cabe”.
A partir de aquí, y
pese al paso de los años, no llego a comprender el cambio de actitud que sufrió
mi marido: hacía como que no me conocía, ¡con lo mucho que nos queríamos!. Quizás
fue que nuestros asientos estaban separados por el pasillo. Me dio la sensación
de que se escondió detrás del periódico durante todo el viaje, mientras
escuchaba la conversación de los pasajeros que iban a su lado:
“claro, es que debe ser un gran recuerdo de
este país… una despedida o algún regalo especial que le han hecho y se la tiene
que traer”.
Saliendo del
aeropuerto empezó a hacer “como que me conocía”. Al vernos nuestro cuñado llegar
con todo el equipaje, nos dijo:
“¿pero qué puñetas hacéis con la fregona?”.
Y ahí está, en casa
de mi madre con su etiqueta de Iberia y todo. Le tuvimos que cambiar el mocho
porque el pobre ya no aguantó tanta vida por los suelos.
Desde entonces, y para
que no se sienta sola, cuando hago mudanzas intento traerme otros cubos de
fregona con ruedas, como ella, o barreños de tamaños gigantes, que están en
desuso en nuestro país pero que me parecen muy útiles para hacer la colada. Los
palos con sus mochos he decidido que se quedan en su país de origen, con la
tristeza que eso me supone.
Ahora entenderéis mejor
por qué las compañías aéreas has cambiado sus normas de equipaje…
Fdo: Katoh
Dedicado a mi
sufrido marido, que pacientemente me explica que tenemos 10€ para comprar estos
enseres en cualquier lugar del mundo, sin necesidad de transportarlos.
Siempre me ha parecido genial!! mis fregonas, en cambio, han viajado en contenedor, con muchísimo menos glamour.
ResponderEliminarTe animo a que lo intentes... todavia quedan compañias "novatas"
ResponderEliminarJa jajaja tratare de negociarlo con mi marido antes de mudarnos, pero le regalare primero, esta charla, para que sepa que de nada le valdra hacer que "no me conoce" porque al final todos sabran que ibamos juntos: el, la fregona y yo.....Gracias por tus charlas.....y el cafe...
ResponderEliminarAvisame del vuelo q te quiero ver. Debe ser un poema la cara de "lo más bello del mundo" en esa situación... Y luego contándolo. Tu tienes muchas historias de estas, q las he oído. Eres capaz de poner la banda sonora.
ResponderEliminarUn beso
Katoh