Esta mañana me ha sorprendido el blog de Daniel, “un bosque
de Matices”, cuando he leído su explicación de lo bucólico que le resultó ver
la placenta de su hijas. Hay que tener en cuenta que hace algún año más que
otro hicimos juntos practicas de laboratorio de la disección de una rata, pero
está muy claro que ese día, mientras yo disfrutaba, él debió de sufrir un buen
rato.
La verdad, que queréis que os diga… después del mes que nos
ha dado Avatar (que está estupenda cogiendo kilos de nuevo y con las tripas
casi en su sitio), no tenía muchas ganas de escribir y todo lo que se me
ocurría era tenebroso y daba mucho susto. El caso es que comentando el tema me
ha dicho Daniel que si cuento mis partos, él retuitea y comparte el post como
muestra de su apoyo. ¡Un post de vísceras retuiteado! ¿qué más se puede pedir?.
Aviso que este post no es apto para quien pretenda aumentar
la familia. Tampoco para gente sensible al vocabulario porque puede haber
palabras malsonantes. También aviso que es muyyyy largoooo.
Todo empezó un mes de octubre de hace algún año más que
otro. Después de 9 maravillosos meses de vómitos, efectos secundarios varios
por cambios hormonales, subida de kilos solo con mirar la comida, de
“chiquitín, deja de clavarme tus piececitos en los riñones”… llegó el día en el
que nuestro primogénito decidió venir al mundo.
Empezaré el relato justo cuando entré en la zona de
paritorio.
Hasta la fecha, la parte de que “me abrieran en canal” la
había evitado, pero ese día sentí lo que deben sentir los corderos cuando van
al matadero. Pensé para mis adentros: “¿a mi quien me manda meterme en esto y para
más Inri voluntariamente?” (bueno, los corderos no van tan voluntariosos…).
Pero me hice la valiente, porque el mundo es de los valientes, porque este trance
lo pasamos la mayor parte de las mujeres y las más valientes o insensatas hasta
8 o 9 veces en su vida… o más. Justo en ese momento había una señora dando a
luz que se le debían de estar saliendo las amígdalas porque decidió que no
quería epidural para su momento “placenta”. Esa banda sonora no ayudaba
especialmente a crear un ambiente Zen de relax y valor. Para tranquilizarme, la
enfermera me dijo que a mi no me iba a doler porque me pondrían la epidural.
Sin contemplación, me pincharon la oxitocina y me entró el tembleque, físico,
porque te da una tiritona estupenda el potingue.
Como la oxitocina pega que no veas, para que no dolieran las
contracciones me prepararon para la epidural. Este es el momento en el que una
se siente la estrella protagonista de la película de acción. Os preguntareis
por qué…
Muy sencillo: te tienes que sentar en “postura huevo” para
que te puedan pinchar la aguja que está unida mediante un tubo a una
jeringuilla más grande que las inyecciones de caballo. Empiezan a hurgarte la
espalda, y a llenarla de esparadrapos y tubos. A estos tubos hay que unir los
monitores para el latido y las contracciones. Entonces comenté a las
enfermeras: “me siento como Neo en Matrix”.
Me llevaron al box donde dejan que converses mientras
dilatas, en el cual se encontraba “el
culpable de todo”: mi marido. Y si, él es el culpable, porque solo me quedo
embarazada cuando a él le da la gana. Este amado caballero tenía 2 parámetros
que le indicaban que llegaba la contracción, a saber, una de las máquinas que
me habían enchufado en la tripa y mi cara de sicópata asesina. Era evidente que
algo no marchaba bien del todo porque en el box de al lado la otra parturienta
hablaba animadamente de la cena entre amigos de la noche anterior y yo sólo
quería matar a alguien. Se lo comentamos a las enfermeras pero me miraron con
cara de: “ya está la primeriza que no para de quejarse”.
¡No me creían las condenadas!. Decían que era imposible que
me doliera nada porque tenía la epidural.
Aviso que este capitulo de ahora es un tanto escatológico,
pero fundamental para entender por qué terminé hasta arriba de opiáceos.
El tema fue que yo me quejaba, y me quejaba y ellas me
ignoraban y me ignoraban, hasta que mentalmente cogí a una por la solapa y le
dije en tono amenazante: “¡me duele, necesito mingitar. O me ayudas o me
levanto!”. Ante tal ferocidad, me empezaron a hacer caso. Después de ejecutar
la acción necesaria para aliviar mis deseos más íntimos empezaron a creerme
(con epidural no sientes nada).
Llamaron de nuevo a la anestesista. Nos comentó que había
tenido “la suerte” de tener una burbuja que impedía que llegara la anestesia a
ambas piernas y una de ellas aún tenía sensibilidad. A partir de aquí mis
recuerdos son confusos porque para evitar el dolor me enchufó un opiáceo…. ¡qué
maravilla! ¡me patinaba la lengua del gusto!. Ahí si que estaba en estado Zen
total y casi levitando. En este estado
de “claridad mental” me dice la anestesista que tengo que firmar la
autorización para la epidural (que ya me habían puesto, por cierto) y que si
estaba de acuerdo con que me la volvieran a pinchar correctamente. Todo esto
pasaba muy despacio. Le comenté: “¿y tu que piensas?, Al fin y al cabo eres la
entendida en el tema. ¿Debería volver a ponérmela?”. ¿Cómo iba a tomar yo esa
decisión tan drogada? . Conseguí decir que si porque no hubo manera de
convencer a la anestesista de que lo firmara ella.
Ahora salto a la sala de parto porque es post va a durar
casi tanto como el parto real.
Después de descansar del dolor, me llevan a “la silla” y me
dicen que coloque las piernas en los estribos. Este es otro momento
cinematográfico porque el comentario fue:” estoy un poco como Rambo, no me
siento las piernas”. Y me tuvieron que ayudar a subir las piernas, igual que
tendrían que haber ayudado a Silverter en caso de haberse puesto de parto en
mitad de la batalla.
Las enfermeras se reian, todo hay que decirlo. Cuando más
risas les dio fue en el momento “Kun Fu Panda”: la respiración.
Enfermera: “y ahora, vas a respirar como te han enseñado en
el curso de preparación al parto”
Yo: “bueno… es que yo…. No lo he hecho”
Enfermera: “¿cómo que no lo has hecho?”
Yo: “ es que me dijo el medico que no me hacia falta. Total,
si tenía epidural no iba a sentir nada; si me hacían cesárea, no lo iba a
necesitar”.
Enfermera: “¿el doctor te ha dicho eso?” (su gesto fue
clamando al cielo con desesperación)
Así que ahí estaba yo, con unos 7 centímetros de dilatación
y aprendiendo a respirar para un parto. Para tranquilizar a la comadrona le
comenté que sabía respirar de varias formas, pilates y artes marciales, y que
además estaba en forma porque hacía mucho deporte. A toro pasado puedo decir
que ninguna de las 2 respiraciones son las del parto, por lo que ahora ya se
respirar de 3 maneras distintas.
A todo esto, mi marido traía loca a la monja que controlaba
las entradas y salidas de la zona de paritorio. Y es que no encontrábamos el
modelo adecuado para que nuestro hijo saludara al mundo.
Primero vino con el faldón, jersey de punto, patucos…. Y se
fue de vuelta por ser demasiado elegante;
Luego vino con un pijama…. Demasiado grande;
Despues volvió con otro pijama… ¡genial, justo el que
necesitábamos!... pero se le olvidó la toquilla, o el pañal, o el body…. El
caso es que se tuvo que volver a marchar.
Llegó perseguido por la monja un poquito después de que las
enfermeras me explicaran que iba a sentir “como que sale un camión”, pero no
antes de poder seguir disfrutando de la falta de efecto de la anestesia….
Porque, si… 10 minutos antes de “desembozar”, se pasó la anestesia del lado de la episotomía. Llegó a tiempo para cogerme de la mano y decirme: "cariño, ¡haz algo!". Era muy evidente que ninguno de los dos teníamos ni idea de lo que había que hacer.
Recuerdo perfectamente ese camión con doble tráiler,
recuerdo otros detalles que no voy a nombrar implícitamente, pero que me
hicieron gritar al medico: “¡coño, cose rápido!”, para luego pedir disculpas
por haber dicho un taco porque una tiene el deber de ser una dama educada hasta
en las situaciones más adversas. También recuerdo el lloro de ese “doble
tráiler” que era el más bonito y varonil de toda la planta: el de Katín
(los otros niños lloraban fatal).
Los otros 2 partos también tienen sus anécdotas pero como
los escriba ya puedo mandar a encuadernar la historia.
En resumen…. ¡Ay… que bonita es la maternidad! Y todo
gracias al chute de hormonas del enamoramiento que se generan después del parto
que nos hacen ver a ese tráiler como a un campeón de fórmula 1 de por vida. De las hormonas se pasa al cariño... pero esa ya es otra historia.
Fdo: Katoh
Jajaja, muy buena historia Cristina. No te cuento la mía, que se te colapsa el blog.
ResponderEliminarCuenta, cuenta.... En los libros realmente hay mucha fantasía.
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